Es lamentable ver que los promotores del juicio por jurados, consciente o inconscientemente se debaten entre la demagogia, el engaño y el resentimiento. Sobre estos tres espurios pilares se apoyan los argumentos a favor de los jurados y en contra de que el juzgamiento de las personas esté en manos de jueces letrados.
Los juradistas, bajo el disfraz democrático, se ajustan el ropaje demagógico: tratan de instalar que el jurado es el pueblo. Eso es falso. Nunca nos cansaremos de remarcar que —a diferencia de los jueces que son elegidos por los representantes del pueblo— el jurado no es el pueblo, ni ha sido elegido por el pueblo.
La elección del jurado al azar en el padrón electoral es tan democrático como lo sería... ¡la elección del Presidente de la Nación por sorteo! Lo que caracteriza a todas las democracias es la representación electiva, esto es, que los ciudadanos eligen a sus representantes mediante el voto. Una persona sorteada al azar no es elegida ni representa a nadie.
Los juradistas no se conforman con la falacia demagógica, sino que también se sirven de sofismas y engaños, tratando de instalar a los juicios por jurado como la gran panacea que viene a remediar los problemas de la justicia. ¡Otra falsedad! Los juicios por jurado no resuelven ni uno de los verdaderos problemas de la justicia penal.
Es obvio que a través de la demagogia no se solucionan los problemas de la justicia penal. La finalidad del discurso demagógico es quedar bien con la opinión pública, mostrarse popular, congraciarse con las masas, aunque se utilice el engaño contra el mismo pueblo que se dice favorecer.
De hecho, obsérvese que se engaña a la población diciéndole que con el juicio por jurados “la justicia ahora está en manos de la gente”. Lo que nadie dice es que es el imputado, unilateralmente, según su estrategia, quien elige si va a ser juzgado por un jurado popular o por un tribunal letrado. Es decir, la justicia está sólo en manos del imputado, que elige según su conveniencia quién lo va a juzgar.
A poco de andar, se nota también en el discurso de los juradistas una solapada animosidad hacia la judicatura.
Se dice que los jueces son inquisitivos, y adjudican a la Inquisición la creación de los jueces letrados, que existen —cuanto menos— desde la época de los jurisconsultos romanos.
Se denuncia la existencia de una supuesta “corporación” judicial, a la cual por poco le atribuyen códigos mafiosos.
Se achaca a los jueces ser una suerte de dictadores caprichosos y despiadados temerosos de perder su absoluto poder.
Estas acusaciones son absurdas y producto de mentes acomplejadas.
Los jueces se oponen a los juicios por jurado, de igual modo que un cirujano se opondría a las cirugías por jurado... ¡porque es un disparate poner en manos de personas que carecen de capacitación y experiencia determinadas tareas que requieren conocimientos técnicos!
Ninguna de las acusaciones de los juradistas es verdadera. Lo que sí es evidente, aunque muy triste, es el desconocimiento que encubre esta irracional animadversión hacia el juzgamiento mediante jueces letrados.
Los jueces técnicos hacen posible que el saber jurídico y el saber lógico intervengan en la administración de justicia. Garantizan que la razón impere en la justicia de los hombres. Combaten el sentimentalismo, los prejuicios y la arbitrariedad, que dominan el juzgamiento por jurados populares.
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